Desde muy pequeñita me enseñaron el valor de viajar. Es algo que mis padres se encargaron de inculcarme cada verano, cada Semana Santa, y en realidad, cada vez que la ocasión lo permitía. Todos esos viajes en coche recorriendo Europa y España o mi primera vez en avión para ir a El Salvador están grabados en mi memoria para siempre. Por eso ahora que soy “mayor” disfruto escapándome siempre que ahorro un poco. Viajar me parece la mejor forma de emplear el poco dinero que gano y es raro es el mes que no intento evadirme unos días.

Cuando abrí el blog, lo hice con la idea de convertirlo en un “cajón desastre”. Pues bien, hoy va a ser mi cuaderno de bitácora. Quiero empezar con Oporto. He hecho miles de viajes, pero Oporto fue especial. Eran las primeras vacaciones pagadas con mi sueldo, sin tener que pensar excesivamente en el dinero, tras un año que no había sido para nada el mejor y con alguien que compartía por primera vez como yo el amor por las nuevas experiencias.

Siempre he amado Portugal, me encanta su gente y me encanta retroceder en el tiempo cada vez que cruzo la frontera. Elegimos Oporto por una cuestión económica. Miramos las vacaciones con muy poco tiempo de antelación, y la verdad es que tampoco había mucho donde elegir. Después de haber estado allí, no entiendo que casi nos regalaran los billetes en pleno agosto para la ciudad lusa cuando en realidad no tiene nada que envidiarle a lugares como París (una de las mejores ciudades del mundo :P) o Lisboa, su vecina.

Oporto es uno de los sitios con más encanto que conozco. Hay ciudades que impresionan, como Nueva York (de la que hablaré algún día), ciudades que te sorprenden, ciudades que te decepcionan, ciudades que enganchan y ciudades que te atrapan y se quedan para siempre un trocito de ti. De momento solo me ha pasado eso último con París, Praga y Oporto. En el primer caso, por cuestiones obvias: he compartido con ella casi un año de mi vida y es inevitable que una parte de mi siga allí recorriendo la ciudad de arriba a abajo en autobús. Praga es como un cuento. Estuve allí hace unos seis años y todavía recuerdo la sensación que me invadió cuando me introduje en su fantasía.

Con Oporto fue diferente. Iba sin saber hasta qué punto iba a enamorarme de sus calles. Salimos de Madrid muy pronto y el vuelo dura alrededor de una hora, así que llegamos allí preparados para comenzar a perdernos en todo los que Oporto iba a ofrecernos. Es una suerte que el aeropuerto esté tan bien comunicado por Metro. La verdad es que en general es una ciudad bastante bien comunicada, si no por Metro, por autobús. Obviamente no os esperéis un suburbano como el de Madrid, porque después de haber conocido bastantes, todavía no he encontrado ninguno que se le parezca un poco, excepto el de París, pero es mucho más sucio.

Comenzamos en la Plaza de los Aliados, el centro neurálgico de la ciudad y una de las únicas zonas en las que podemos pensar que estamos en el siglo XXI, junto con la Casa da Música, un edificio de lo más peculiar cuya forma es bastante difícil de definir.

Nuestro hotel estaba un poco alejado del centro, pero sin duda mereció la pena. Se llamaba HF Ipanema Park, y la verdad es que a pesar de haber leído miles de críticas horribles sobre él antes de salir, nosotros volvimos encantados. La piscina en la azotea era sin duda un punto muy positivo.

Los tres días siguientes recorrimos cada rincón de la ciudad. La Catedral de la Sé es genial, me encantó, porque no tiene nada que ver con ninguna de las catedrales europeas que conozco. Es más, no parece una catedral. Además, en sus alrededores vimos escenas muy curiosas: varios niños jugando y bañándose en una fuente, algunas mujeres lavando la ropa en plena calle… A cosas como estas me refiero cuando hablo de retroceder en el tiempo. Y es ahí donde reside el encanto de Oporto.

La Torre de los Clérigos, a pesar de sus miles de millones de escalones (seguro que eran menos, pero a mí se me hicieron eternos), es uno de los monumentos más impresionantes, ya que ofrece unas vistas de la ciudad que solo son comparables con las de los jardines del Palacio de Cristal, un edificio que está en la ribera del río Douro (Duero para nosotros) y que como la Casa da Música tiene una forma un poco extraña, como de ovni.

El Mercado do Bolhao, la Estación de San Bento, el Palacio de la Bolsa, la Rua Santa Catarina, donde hice algunas compras a precios geniales… Todos ellos lugares con un encanto especial.

Como fan incondicional de Harry Potter, no podía perderme la Librería Lello e Irmao, que en las primeras películas apareció como Flourish y Blotts en el callejón Diagón. Tiene una escalera impresionante y por lo que averigüé allí no sólo ha sido escenario de la saga de magos.

El Estadio do Dragao, es el estadio del Porto, uno de los equipos más importantes del país. Es imponente, pero no puedo enseñaros fotos, porque no nos dejaron hacerlas… En el Estadio del Boavista, por el contrario, nos encontramos con un amable paisano que abrió el estadio para nosotros solos.

Las noches en Oporto son mágicas. Me quedo sin duda con la ribera del río, entorno perfecto para pasear y maravillarse con el encanto de la ciudad de los puentes, con el Funicular dos Guindais, que une la ribera con la Catedral, y con todas y cada una de las callejuelas que esconden los secretos más ocultos de los porteños.

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