… que van a dar a la mar, que es el vivir

Escribí estas líneas hace ahora cinco años, cuando estaba a punto de terminar el instituto. Ahora estoy a punto de terminar la universidad y, al encontrarlo por casualidad, he sentido ganas de dárselo a conocer a todos aquellos que todavía no lo habían leído. Además puede servir también para este momento de ¿y qué hago ahora con mi vida?

Cuando me enteré de que era la responsable de exponer lo que ha significado para mí el paso por el instituto en esta ceremonia de graduación, me embargó en principio un sentimiento: el miedo. Y es que no sabéis la responsabilidad que según mi opinión conlleva sintetizar todos estos años que hemos pasado juntos. La siguiente emoción que experimenté fue la alegría. Me sentí afortunada al pensar que era yo quien lo haría, y aquí estoy; también un poco nerviosa por lo que esto supone, y por las ganas que tengo de que salga bien, esperando no decepcionar a todas aquellas personas que han confiado en mí.

Desde niña me ha gustado el agua, los ríos y sobre todo el mar. Por eso y gracias a la ayuda de alguien a quien admiro, decidí escribir estas líneas haciendo una analogía entre nuestras todavía ingenuas vidas y la de una gota de agua y el lugar ínfimo que ocupa en un río.

Un río, al nacer en la cima de las montañas, es siempre vital e inquieto. Son continuas las idas y venidas que se producen en su curso alto y que se pueden comparar con nuestras vidas cuando somos niños. Cuando no tenemos todavía cosas por las que preocuparnos, ni inquietudes en las que pensar. Somos simplemente eso, niños. Niños que pasan los días jugando y saltando, de aquí para allá, rebosando inocencia y felicidad.

Pero la gota, inmersa en la vorágine de la corriente, prosigue su curso: una curva, y otra, y ahora un salto de agua, y otro. Comienza el colegio, y en él empezamos a descubrir, eso sí, de la mano de nuestros padres y profesores, ese gran conjunto de remansos y remolinos de agua que es el mundo.

Nuestra formación continúa. La pequeña gota se encuentra con otras muchas que también parecen perdidas; o tal vez desorientadas en la inmensidad de las aguas que conforman esa gran presa con la que se van a enfrentar: el instituto. Gente nueva, horario nuevo, hábitos nuevos, profesores nuevos…. En definitiva: un reto que afrontar, teniendo siempre en mente el objetivo de toda corriente de agua, y por supuesto de nuestra gota: llegar al mar.

Sin embargo, las grandes dificultades de la gota llegan en el curso bajo del río, cuando aquel pequeño arroyo se va convirtiendo en torrente, cada vez más inconformista y rebelde. Se acercan los dos últimos años en el instituto. Dos años que forjan el rumbo de nuestro futuro, y también el de la gota. Es en esta etapa, cuando en ocasiones alguien coloca obstáculos que nos parecen insalvables y solo nuestra ilusión, fuerza y tesón son capaces de acabar con esas barreras que pueden hacer difícil el avance de la gota. ¿Quién no se ha encontrado alguna vez con una piedra en el camino? ¿Quién no ha jugado alguna vez en la orilla de un río a entorpecer su cauce? Son este tipo de irremediables tropiezos los que hacen que algunas de aquellas gotitas se queden en el camino; otras, inevitablemente, se evaporan y suben al cielo a formar parte de las nubes; y otras corren mejor suerte, y logran continuar. Pero recordad, que no podemos olvidarnos de las que ya no están, porque sin ellas, el río nunca será el mismo, como tampoco lo serán nuestras vidas.

Sin casi darse cuenta, la gota se encuentra ya en la desembocadura, y nosotros en nuestro salto a la vida.

Para ella ha llegado la hora de enfrentarse a ese gigante que es el mar: a sus corrientes, sus mareas, sus resacas y sus olas… Algo parecido ocurre con nosotros, en el instituto nos hemos hecho mayores y ahora debemos optar entre las diferentes alternativas que se nos plantean, y que harán de nosotros personas más justas y ecuánimes. Nos ha llegado la hora de afrontar lo que nos depara la vida a nosotros, y el mar a la gotita.

Ojalá ese mar embravecido nos dé algún día la oportunidad de volver a encontrarnos. Más serios, más responsables. Sencillamente, adultos deseosos de poder saltar, correr y reír como lo hicimos en aquella época que en su momento nos pareció angustiosa para finalmente resultar entrañable y digna del más grato recuerdo.

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